Sobre esto escribe el novelista español Antonio Muñoz Molina:
Adorno se preguntó si tenía sentido escribir poesía después de Auschwitz. Cuando el ejército soviético entró en el campo de concentración nazi, el espectáculo de los cuerpos maltratados era sólo un indicio de la catástrofe. Era la razón humana convertida en crueldad y método de destrucción contra los judíos. ¿Y la poesía? Las dudas de Adorno estaban cargadas de gravedad. No nos decía que resultase difícil ponerse poético después de asistir a un exterminio. Lo verdaderamente complicado era comprender que ese exterminio había surgido desde el corazón de la misma cultura que alimentaba los sentimientos más sublimes de la poesía.
Pues busquemos entonces el corazón. Y decidamos. ¿Es posible escribir después de Auschwitz? Sí, desde luego. Se ha escrito mucho, por fortuna. Pero no es conveniente escribir olvidándose de que Auschwitz ha existido. De que Palestina existe hoy. No deberíamos ser indiferentes a la tortura, a las cárceles, a la muerte, a los cuellos fracturados, a las humillaciones por motivos raciales en el autobús cotidiano de la vida. Y para seguir escribiendo, además, es conveniente recordar que en la condición humana, junto a la crueldad, danzan también el amor, y los cuidados, y el baile, y películas (...) El fanatismo, que es fuerte, nos cierra los ojos. Quien se pone de parte de las víctimas, puede equivocarse, pero sus errores no son nunca muy graves. Quien se equivoca al ponerse al lado de los verdugos corre un riesgo mucho mayor de indecencia. Eso nos enseñó Auschwitz, algo que no debemos olvidar, sobre todo, los que estamos empeñados en seguir escribiendo poesía.
Pues busquemos entonces el corazón. Y decidamos. ¿Es posible escribir después de Auschwitz? Sí, desde luego. Se ha escrito mucho, por fortuna. Pero no es conveniente escribir olvidándose de que Auschwitz ha existido. De que Palestina existe hoy. No deberíamos ser indiferentes a la tortura, a las cárceles, a la muerte, a los cuellos fracturados, a las humillaciones por motivos raciales en el autobús cotidiano de la vida. Y para seguir escribiendo, además, es conveniente recordar que en la condición humana, junto a la crueldad, danzan también el amor, y los cuidados, y el baile, y películas (...) El fanatismo, que es fuerte, nos cierra los ojos. Quien se pone de parte de las víctimas, puede equivocarse, pero sus errores no son nunca muy graves. Quien se equivoca al ponerse al lado de los verdugos corre un riesgo mucho mayor de indecencia. Eso nos enseñó Auschwitz, algo que no debemos olvidar, sobre todo, los que estamos empeñados en seguir escribiendo poesía.
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